martes, 30 de julio de 2013

Llámale como el Príncipe George (si no sabes un nombre para tu bebé)

Si no sabes cómo llamar a tu bebé llámale como el príncipe George. Será fácil, cómodo y rápido como rellenar una encuesta por Internet. Tu hijo no tendrá un nombre muy personalizado, pero gozará de una porción del aroma Windsor, muy apreciado para los amantes de la monarquía, las celebrities o incluso el pijerío sin más. Antes de echarte atrás, piensa en la cantidad de horas de discusión que te habrás librado.

miércoles, 10 de julio de 2013

Cómo hablar con un bebé

Se tiene la percepción extendida de que los bebés no hablan, pero cualquier padre sabe que hasta los recién nacidos comunican por los codos. El llanto es el lenguaje exclusivo de los pequeños con el mundo exterior aunque su capacidad de expresión es tal que les permite abarcar todos los matices posibles. Sin embargo, sin ser arameo, este código requiere de unas nociones básicas para que los padres puedan entenderlo. La primera de ellas y la principal: el conocimiento de la vida del bebé. La comunicación con los recién nacidos es uno de los grandes misterios para los padres primerizos hasta el punto de colocarles al borde de la desesperación. Pocas cosas provocan más desgaste e impotencia que un bebé atronando incesantemente con esa catarata de lloros que parecen incontenibles. En ese momento te sientes como un náufrago en pleno temporal cuando olas como montañas estallan en tu cabeza.
Afortunadamente, aunque parezca sorprendente en pleno ataque de lloros, los llantos también tienen un final. Para el novato principiante de padre el suceso refleja crudamente las dificultades de la nueva faceta donde no hay transición posible y para la que nadie te ha preparado. Las circunstancias te obligan a desarrollar un sexto sentido a toda velocidad y te introducen de lleno en la paternidad. ¿Alguien dijo que era fácil?
Superado ese momento de angustia, de pánico diría, las pautas del desarrollo del pequeño salen al rescate del progenitor. Básicamente, el llanto es la voz de alarma del bebé empujado por su instinto de supervivencia. Los padres son atropellados por ese mecanismo de autodefensa que se activa ante cualquier mala sensación del bebé. Sin embargo, la reducida vivencia del bebé reducen los motivos de la crisis.

Las causas del malestar del pequeño se limitan al hambre, al sueño y por supuesto, al propio dolor. Afortunadamente, la naturaleza del bebé parece haber sido desarrollada por un ingeniero suizo. Los hábitos de sueño y de alimentación están pautados al milímetro en el tiempo. Por eso, la hora es un gran indicador de las necesidades del bebé.
En este caso, el llanto funciona como una alarma horaria, como ocurre en el caso de la comida o el sueño. Los dolores también suelen estar relacionados con problemas para conciliar el sueño o de digestión. No hay que olvidar que el cuerpo del bebé está en rodaje en este mundo y estrena un nuevo modo de vida tras su estancia de nueve meses en la reconfortante oscuridad del útero. También él tiene que adaptarse a este descubrimiento de la vida exterior en un mundo extraño que le obliga a alimentarse fuera del cordón umbilical y a descubrir los sonidos y las luces con una intensidad desconocidas hasta entonces.
El conocimiento de los hábitos y de los pequeños trastornos del bebé te darán la tranquilidad y confianza para superar el trance. En muchas ocasiones no podrás evitar el llanto incontrolado, pero sabes su origen y su desenlace más probable, el pequeño durmiendo nuevamente. La complicidad es otra de tus nuevas armas que te permiten transmitir tranquilidad al bebé para facilitar su sueño. Una canción de cuna, ya sea de cosecha propia o de las de toda la vida, carantoñas, y paseos ayudan a superar la situación.

miércoles, 3 de julio de 2013

El bautismo o la boda de los bebés

Para muchas mujeres, y bastantes hombres también, el día de la boda forma parte de uno de los momentos más memorables de la vida (siempre que no se empañe con los sinsabores de la separación). Sí, el imaginario colectivo señala a este rito como paradigma de la felicidad exultante. Ocurre que la amnesia de nuestros primeras andanzas en este mundo de simbolismos nos impide recordar nuestro episodio de mayor protagonismo quitando el nacimiento: El bautismo.
De alguna forma el bautismo es una especie de boda para bebés en el que los pequeños son el indiscutible centro de atención (salvo por el inevitable familiar empeñado con cumplir con el manual del egocentrista que llama a arrasar con todo para usurpar el protagonismo ya sea por encima de la novia o del bautizado).
Llega el momento del bebé a destiempo, como todo en esa época, porque la criatura permanece demasiado absorbida por sus propias necesidades básicas. El pequeñajo se viste de blanco como la novia, pero no tiene que compartir protagonismo. Todas las miradas se dirigen a él y si es varón no quedará relegado por el magnetismo de la chica al penetrar el altar.
De blanco impoluto, el pequeño permanece ajeno a este ceremonial y tampoco extraña su ropa habitual mucho más mundana, tal es su capacidad de abstracción. Es más, vive el momento con ese toque de irreverencia que lleva la inconsciencia para desesperación de sacerdotes que eleva el instante a una transcendentalidad infinita.
Yo, que me ajusto a la ceremonia por cuestiones de forma más que de fondo y que no puedo evitar un bostezo mental con cada sermón eclesiástico, me divierto de forma furtiva por la impotencia del religioso cuando el bebé impone sus pequeños bemoles con lloros, gritos o lo que le surja sobre la marcha.
De alguna forma, esta inconsciencia puede resultar una bendición para un pequeño manejado por un ejército de mayores. Hay cosas que es mejor no recordar, como cuando te sujetaban del pañal y ya de mayor descubres la instantánea y piensas indignado pero de dónde me agarra el jodido este. Ese tipo de cosas ocurren también en el bautizo, cómo el llevar ese vestido unisex de diseño de damisela que de adulto te convertiría automáticamente en una DragQueen celestial. O en una mini papa en una noche de carnaval con tanta blancura cegadora. Pero no es algo que se pueda negociar, el vestido se transmite de generación y su descarte provocaría en la familia terremotos y tsunamis, por lo menos.
Para el bebé es un día más. De hecho, es un día peor porque probablemente se sienta más incómodo por esos ropajes caballerescos o por no poder darse el paseo que necesita para su cabezadita porque hay un señor de negro que no para de hablar y ‘mis padres no paran de escucharle’.
La experiencia acaba en el convite y el bebé ya puede disfrutar de una relajación general. Se oyen risas y voces de mi familia más cercana y ya nadie me manda callar si protesto con un llanto. Otra vez el carrito me mece con el ir y venir y sueño con un mundo feliz porque desconozco las amenazas de este mundo. Por desconocer desconozco lo que ha pasado y cuál es el sentido de asarme en tantos ropajes a lo repollo que les ha dado por ponerme.
El destino probablemente preserve al bebé ese pequeño momento de gloria social superando la juventud si quiere formalizar ese sentar la cabeza. Pero eso ya son aventuras de mayores.