sábado, 27 de abril de 2013

Los Croods, cuando el padre aparece de villano


Soy masoca, tengo que confesarlo, he visto Los Croods y me ha encantado. ¿Cómo puede ser posible si me han dejado el papel más desagradecido, el de villano? Casi todos los padres nos sentimos identificados con ese mundo que se nos va de las manos y sentimos en carne propia la desorientación de ese falso malvado entrañable, impotente ante el cambio, cada vez más distanciado de una familia que evoluciona lejos de su control.
Los que no hayan visto la película pueden pensar que el argumento gira entorno a la prehistoria en una versión animada adaptada a los niños. Sin embargo, Los Croods retrata un conflicto familiar en toda regla de claros reflejos contemporáneos. El mundo de siempre se desmorona y el padre protector trata de mantener las piezas desmembradas incapaz de reconocer la nueva realidad. En el otro extremo, la hija adolescente se asoma al exterior dispuesta a explorar con pasión un nuevo mundo que se abre.
La evolución es el motor de esta historia nada infantil. El padre se siente cómodo en su zona de confort, la cueva de seguridad, la rutina tranquilizadora que le garantiza una existencia insípida pero sin riesgo. “Esto no es vida”, se queja amargamente la adolescente. Pero el cambio se cuela en sus vidas con la aparición de un joven más avanzado que les descubre posibilidades insospechadas. Es el principio del fin.




Pues esa es nuestra realidad. Por mucho que queramos, los niños están más emancipados que nunca porque el rol del padre ha sufrido un gran desgaste. Está todo en un mismo plano y los niños te replican como si fueras un igual. La influencia de los medios de comunicación hace hijos resabiados que queman etapas de infancia como un Fórmula 1. “No sabes nada de mi vida”, me soltaba el otro día mi hija con menos de 5 años.
Se acabó el padre como epicentro familiar, se acabó el refrán de los huevos. La gestión familiar se ha hecho más compleja y los padres del presente necesitamos incorporar un nuevo arsenal. En la actualidad la situación requiere de resortes psicológicos, de paciencia y de astucia para manejarse. El cariño es el as en la manga para mantener un clima de respeto indispensable que prevenga el deterioro de la relación. No hay fórmula mágica, pero ¿os he contado que la película tiene final feliz?. 

sábado, 20 de abril de 2013

Los cinco mayores peligros que amenazan a los bebés

Los pequeños bebés duermen apacibles y serenos, ignorantes de que el peligro acecha en cada rincón. El mundo de los recién nacidos está plagado de riesgos ante su vulnerabilidad. Sin embargo, no tienen que irse muy lejos para que la sombra de la amenaza se cierna sobre sus diminutas cabezas. El peligro está en los mayores por el descuido y la desatención en las rutinas diarias. Aquí va algunos de los accidentes más habituales.


Lanzamiento en el aire. El gusto de la adrenalina es innato desde la edad más temprana. Así que los pequeños disfrutan con locura cuando el padre (somos los que solemos hacerlo) los lanza por el aire. Normalmente, la madre asiste con espanto a este ritual. Tiene razón, existen demasiados manazas en el mundo. Una copa o un plato pueden caerse al suelo, no es irreversible. En cambio la caída del bebé es un mamporro de serias consecuencias.


Caída de la cama. Los bebés transmiten la imagen de ser un objeto inmóvil. Error!! Cada día que pasa los pequeños van adquiriendo mayor capacidad de movimiento. Esto es algo que comprueban súbitamente los padres (y las madres) cuando oyen un golpe seco que preludia un llanto desconsolado. Efectivamente, tu hijo acaba de caerse de la cama. A partir de ese momento mete al bebé bien en el centro de la cama cada vez que quieras cambiarle o vestirle. Y pon los dos ojos en él, no le pierdas de vista ni un instante.

Carrito fuera de control. El carrito puede ser un auténtico peligro. Los paseos se alargan y los padres llegan a olvidar que los carritos tienen ruedas y cogen velocidades de vértigo. Es soltar el manillar y ver como el bebé se aleja por la pendiente como un rayo. Eso es una típica escena cuando entra el móvil en acción. 
Tenemos tanta dependencia a estos aparatos que no dudamos en atenderlos al instante dejando un lado todo lo que hacemos. Por ejemplo, recibimos un wassup, en el 85% de las ocasiones una chorrada, y parece que el mundo se acaba. Valora mejor al pequeñajo que tienes al lado, no le pierdas de vista y toma medida cuando pares el carrito. Pon el freno y usa la correa de seguridad para anudar a tu muñeca que tiene algunos modelos.
De todas formas sí el Angel de la Guarda existe está claro que hace horas extras en nuestra primera infancia y llega agotado a nuestra madurez para echarnos un capote. Como la realidad supera a la ficción podemos pensar que la escena del carrito de bebé en Los intocables no resulta exagerado. 
Decíamos que a los pequeños les encanta la adrenalina. Aquí vemos al pequeñajo en medio del caos con una sonrisa plena. El carrito inicia su caída libre, pam, pam, pam, según desciende peldaño a peldaño. La madre grita desgarrada por el temor tal como se lee en sus labios: “My baby”. Y Kevin Costner a lo suyo, concentrado en el tiroteo. Todos con los nervios a flor de piel y el bebé risueño como si nada. Si tu hijo sale indemne después de rodar ladera abajo puedes aferrarte a su sonrisa (“pero si no tiene nada, ¡mira qué bien se lo ha pasado!”), pero no te lo recomiendo porque serás tú el que salga mal parado.



La caca no es comestible. Solemos pensar con razón que la adolescencia es un periodo peligroso por su tendencia a experimentar con sustancias nada recomendables. Los bebés no les van a la zaga. Ellos son exploradores natos y todo lo quiere descubrir, su curiosidad es inagotable. La boca es su principal procesador porque descifran la textura de cada objeto. Todo a la boca....y sí, tendrán ganas de probar hasta la caca de perro que se encuentren en el parque. Su espíritu de experimentación lo llevan también a los enchufes (¿qué verán en ese par de agujeros?), o en las canicas, que se tragan cual gominolas.

Sin miedo. Los bebés no tienen conciencia del miedo, lo cuál les hace ser temerarios por naturaleza. No perciben el peligro. Todavía les queda por aprender los misterios de la gravedad y de la dureza del suelo. Aunque te parezca chocante, se lanzan al vacío con una alegría sorprendente. Y da igual que se peguen un buen golpe porque en cuestión de minutos lo olvidan y vuelven a repetir la jugada. Por eso, sujétalos cada vez que estén en un alto. Esta temeridad también se repite con los perros o con los coches. Atención: Un balón, una carretera y un vehículos son los ingredientes para una desgracia casi segura.

Bueno, estos son los peligros más evidentes que yo veo en el día a día del bebé. ¿Se te ocurren otros?

domingo, 14 de abril de 2013

Rechazo a los niños: El apartheid infantil


Fue hace unas semanas en una boda cuando comprobé por enésima vez que el rechazo a los niños sigue siendo plenamente vigente: El apartheid infantil nunca se ha ido. La presencia de los pequeños invitados se esfumó de golpe al poco de empezar la celebración a la tarde. Su papel fue meramente ornamental y ocurrió como las flores, que cuando acabó la función se retiraron sin más.
Hasta la comida ellos son uno de los puntales de la celebración. Le dan ese toque principesco todo floridos, vestidos de infantes, inocentes y cándidos a un mismo tiempo. Sus pequeños escarceos se observan con complicidad y alivian el pesado sermón trufado de todos los tópicos posibles del poder del amor. En las fotos tampoco pueden faltar por sus miradas traviesas, risas y alegrías. Un soplo de aire fresco.
Y llega la comida, largo preludio de los bailes, y los niños se transforman en unos seres molestos. Una vez entrados en materia, de la jamada y demás parafernalia etílica, nos sobran las cosas bonitas que para eso ya está el ritual del corte de la tarta nupcial y del lanzamiento de ramo. En pocas horas experimentan la montaña rusa de ser utilizados y desechados. Los príncipes destronados. Con edades entre los 5 y los 9 años les había llegado el momento de disfrutar del acontecimiento como a cualquier otra persona.
Efectivamente, los niños son un torrente de actividad. Pero su intensidad se ve amplíamente compensada por su contagiosa alegría. Racionalmente, los argumentos fallan a la hora de tratar de justificar su exclusión. ¿Alguien se ha parado a pensar que los mayores también somos molestos?.
Los niños dan un gran colorido en las bodas.
Ahí tenemos una legión de plastas de todo pelaje preparados para incordiarnos. El borracho melancólico que silabea más que Rajoy y que te cuenta en cascada toda su tristeza existencial; el agresivo, una bomba explosiva desde la primera copa; el comentarista religioso, que te narra el sermón (¡a mí!, que desconecto desde que el cura abre los labios); el zombi catatónico que te desparrama todas las copas, o que te las tira y además de propina te quema con su pitillo; el bailarín torpón que te pisa una y otra vez; la señora mayor que se acuerda de cuando eras bebé (yo creo que todas dicen lo mismo); el fanático de Mourinho (‘¿pur qué?’, ‘¿pur qué?’, ¿’pur qué’ no nos libramos de ese petardo ni en las bodas?); el buitre que entra a tu mujer a la que te descuides; el activista a jornada completa que no contento con arreglar el país se lanza a por el mundo y se prepara para continuar con el universo.....
El apartheid se extiende a la vida cotidiana y no faltan adultos dispuestos a hacernos sentir incómodos en cuanto asomamos con un niño. Algunos se esfuerzan en levantar muros de contención para crear realidades paralelas e impedir la convivencia entre generaciones. Un mundo sólo para mayores. Nos lo dicen los caretos que brotan en playas, cafeterías, restaurantes, parques.....
Es cierto, algunos padres y madres se lo ponen en bandeja cuando abandonan a sus hijos descontrolados para tomarse un aperitivo con amigos como si no tuvieran hijos. Precisamente, la gente egoísta, los jetas que se desentiende de las molestias que generan y no les importa que se las traguen los demás, nos hace mucho daño.
Yo creo que la convivencia es positiva. Desde el punto de vista material ya lo han comprobado cadenas como MacDonalds que cultivan al niño para captar el negocio familiar. Con un poco de tolerancia y de educación por parte de todos podremos enriquecer el mundo con la mágica aportación de los pequeños.
¿Qué os parece?

jueves, 4 de abril de 2013

Peligro de estrés: tus hijos están de vacaciones


¿Tienes la casa como un Fort Apache en medio de un asalto?, ¿una horda de niños emulan a Atila en el sofá del salón?, ¿hacer una llamada y mandar un email es más inverosímil que un triple salto mortal de espaldas y con tirabuzón?. Enhorabuena (por decirte algo), eres un padre, un autónomo y tienes a tus hijos de vacaciones.
Por si alguien no lo sabe las vacaciones escolares son uno de los momentos más complicados en cualquier familia. En esas fechas los padres y las madres nos transformamos en equilibristas y vivimos en el alambre en una pugna implacable contra el reloj y nuestras obligaciones laborales, que a ver quien es el guapo y se la juega en estos tiempos. La conciliación entre la vida laboral y la familiar parece un imposible.
La pregunta del millón surge de inmediato, ¿qué hacemos con los niños?. Einstein detalló la teoría de la relatividad, pero todavía falta por ver que algún genio resuelva este dilema. De nuevo, las cosas que se denominan de niños acaban siendo de los mayores problemas.
El sistema rebosa coherencia y eficacia por los cuatro costados y nos regala tres meses de vacaciones. Predicar con el ejemplo no es la costumbre de la escuela española, paradigma del fracaso escolar. Os habéis fijado, no salen las cuentas tres meses sin clase menos el nuestro de vacaciones no dejan a nuestro cargo dos (y no cuento Navidades y Semana Santa, otro mes de propina). Cates en mates en toda regla.
Llegado a este punto, cuando la amenaza de unas vacaciones a destiempo se aproxima empiezan los sudores fríos. Qué hacer con los niños, porque desde luego que no los podemos dejar en un hotel canino.
En la mayoría de las ocasiones, se trata de una cuestión de pasta, un remedio injusto. Enredo shakespeariano, tener o no tener, esa es la cuestión. Las colonias son la salida de emergencia, pero hay que rascarse el bolsillo y puede que con tanta crisis nos hayamos quedado sin él. Sin bolsillo, me refiero. Además, tienen un horario limitado y normalmente no cubren ni una mañana entera. Vuelve el quebradero: pero ¡qué hacemos con los hijos!.



Como el Plan A es inasumible o es limitado no queda más remedio que tirar del B. Empieza la cadena de favores. Si la gente cree que la jubilación llega a los 65 años está muy equivocada. A esa edad empieza el babysitting, el mayor voluntariado del mundo. Plazas y parques son tomados por los abuelos que lidian con los pequeños terremotos.
Como ya han perdido cualquier esperanza en su futuro en el atletismo, conscientes de que no le aguantan una carrera a un niño desbocado, bajan el control. Suelen recurrir a sobredosis de zanahoria transformada en dulce, porque a esas edades todo lo que suena a vegetal genera rechazo.
Este es el menor de los problemas. Volvemos al síndrome del veraneo en casa del suegro. Trágate tu orgullo y resiste las lecciones sabaletodos sobre los niños (creo que es generalizado, ellos aseguran ser infalibles en materia infantil y no dudan en aseverarlo machaconamente). Les necesitamos. Es lo que se llama la independencia interruptus.
El plan C es que te lleves al crío al trabajo. Una vez tuve que ir a una entrevista periodística con mi hijo. La verdad es que no sé qué sensación causó en la otra parte, y para ser justos tampoco quiero saberlo. Al menos delante de los extraños tengo un hijo extremadamente cohibido (el fuerte comanche lo deja en casa).
Y entonces, en esos momentos en que los padres nos lanzamos a las utópicas soluciones de los males del mundo, el hambre, las guerras, las epidemias, las interminables vacaciones escolares..., miro en la escuela y creo encontrar una solución. I have a dream digo en voz alta temiendo que me tomen por loco. Sueño que la escuela no sea sólo aula y que tenga vacaciones razonables. Que atienda a los niños también en verano y en Semana Santa con actividades lúdicas que extiendan el aprendizaje más allá de los libros de texto. Que el recreo y las excursiones bien pueden sustituir al aula. Que el contacto de los profesores con los alumnos en ambientes de ocio enriquece la relación y el conocimiento de ambos. Meto esta sugerencia en una botella de cristal como un náufrago sin vacaciones soñando con que llegue a buen puerto.